
El mundo contempla como en cada rincón de nuestra cotidianidad irrumpe la inteligencia artificial, cual alud arrollador, prediciendo lo que queremos, vaticinando lo que necesitamos, lista para resolver por nosotros lo que sea que preguntemos a ChatGPT.
Aún no calibramos su impacto en la educación y apenas estamos empezando a ver sus impresionantes consecuencias en la medicina. ¿Hasta dónde llegará la inteligencia artificial generativa?
Pero me detengo a pensar en el uso e impacto de la IA en el empleo público. Parto de que las instituciones estamos obligadas a usar en todo cuanto sea posible estrategias de inteligencia artificial que mejoren los tiempos de respuesta, que aceleren tramites, que minimicen la posibilidad del error humano. Sin miedo, quienes lideramos instituciones tenemos que puyar por su uso, porque todo lo que hace ágil al Estado le sirve a la gente. Sin embargo, la sustitución de gestiones manuales por herramientas de inteligencia artificial plantea el desafío de qué sucederá con los empleados públicos que hoy se dedican a esas tareas.
Lo que hay que tener claro es que no podemos caer en la absurda protesta de los carteros contra el correo electrónico. Los empleados públicos y las instituciones son medios y no fines. El Estado tiene que ser del tamaño mínimo indispensable para acometer las tareas del desarrollo que la colectividad le encomienda. Ni un gramo más grande, ni un gramo más pequeño.
La evaluación del desempeño que introdujimos en la ley 9635, permite ahora despedir a un empleado público que no cumpla con sus tareas satisfactoriamente después de dos años. Pero esa ley se quedó corta: la irrupción de la inteligencia artificial demanda empleados públicos que hagan algo más que cumplir con las tareas. Los funcionarios del Estado deben ahora -como en el sector privado- aportar valor, ingenio, propuesta, o serán superados por la inteligencia artificial. Dicen que la competencia es la madre de la eficiencia y en el empleo público, donde poca competencia había, la inteligencia artificial compite (o colabora) ahora con la inteligencia humana y esta última debe demostrar su talento. Se acabaron los tiempos donde aquel nombrado en propiedad podía dejarse de capacitar, de aprender, de retar su ingenio, de demostrar su valía intelectual.
En el fondo, es falso el dilema de inteligencia artificial versus inteligencia humana; en el Estado será secundario si artificial o humana: se deberá elegir la que preste mejor servicio y tribute mayor utilidad al ciudadano, propietario de esta gran empresa, que llamamos Estado.
Yorleny León Marchena
Ministra de Desarrollo Humano e Inclusión Social